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Viaje al misterio de Agartha y la corona de los desiertos

Par larouge • Posse Abel • Dimanche 12/07/2009 • 0 commentaires  • Lu 1132 fois • Version imprimable

Viaje al misterio de Agartha y la corona de los desiertos

Entre las ruinas de nuestra decadencia permanecen el arte, la literatura, como los más resistentes bastiones. Los personajes viven tanto o más que las personas, ¡como el Quijote que sale a cabalgar al cumplir su cuarto siglo! A veces el personaje irónicamente se le presenta al autor.
Había viajado a China, invitado por el Foro de Pekín. Era mi segundo viaje al Celeste Imperio. Sabine, mi mujer, y Daniel Dimeco me acompañaron.
En una tarde de tedio y de smog en la todopoderosa Pekín de hoy, se me presentó Walter Werner, mi personaje de El viajero de Agartha. En 1943, en plena caída del sueño nazi, lo habían enviado en busca de esa Ciudad de los Poderes, Agartha, hermana siamesa de Sambalah, donde René Guenon y otros ocultistas sitúan el conocimiento preservado, exiliado, ante la decadencia. Algunos nazis pretendían conseguir la fuerza del Angel Exterminador, el Vril. Del mismo modo que trabajaban denodadamente para convertir el poder nuclear en poder de exterminio militar.
Werner habita mi novela. Cruza el Tibet disfrazado de agente inglés y pasa los desiertos del Asia Central. Alcanza el Turfán y las lamaserías donde hace diez siglos se escondió, se exilió, el conocimiento primordial.
Werner, el imaginado, irónicamente se vengaba o llamaba a su imaginador. Con Sabine y Dimeco viajamos por avión seis mil kilómetros y en una Combi destartalada entramos en las ciudades abandonadas, con sus templos abolidos, y en los reductos de contemplación, en las grutas de los Mil Budas, cariadas por el viento y siglos de soledad.
Gaochang. Jiaohe al atardecer. Rostros de Buda descoloridos, ahora como ángeles de adobe, después del saqueo de los arqueólogos occidentales. La cercanía de Agartha se intuía, se respiraba, tanto como en Machu Picchu, en Delfos o en Luxor se respira la agobiante ausencia de los dioses. En Dunhuang, von Stein encontró en 1907 una roca excavada, disimulada en una gruta pintada con más de cinco mil manuscritos escondidos. Literatura búdica en varios idiomas, textos taoístas, maniqueos, del nestorianismo cristiano primitivo, textos en hebreo. ¿Pretendieron esconder en el desierto más inaccesible el conocimiento que no merecían los hombres del tiempo de destrucción, del Kali Yuga?
En este nuevo siglo que se abrió con las bárbaras matanzas en Irak y la respuesta de terrorismo mundializado, comprendemos qué quiere decir decadencia y comprendemos a esos monjes budistas que hace diez siglos excavaron la roca para esconder la palabra, el logos, como la semilla bajo la nieve.
Sentado al atardecer en una piedra de Jiaohe, comprendo que mi personaje, el que yo hice viajar desde Berlín y el Tibet, ahora nos había traído desde Pekín, a seis mil kilómetros de desierto. Viaje real, hacia lo real mistérico.
Mi personaje me había escrito ese viaje con Sabine y Daniel Dimeco. No se burlaba. Respiré el viento del atardecer apacible y pensé en nuestra decadencia llena de ruidos y cosas, de Sound and fury, y comprendí la permanencia del mito o del misterio de Agartha.
¿Walter Werner había muerto en su búsqueda de Agartha? ¿Estaba yo vivo buscando a mi personaje en el desierto central? ¿Estábamos los dos vivos en aquel atardecer en las ruinas de Jiaohe, abandonada hace diez siglos?

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