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Sergio Bizzio




 
Sergio Bizzio est né en 1956 à Villa Ramallo, dans la province de Buenos Aires. Enfant, il a passé le plus clair de son temps dans le cinéma tenu par son père. Il est d'abord scénariste pour la télévision et le cinéma puis réalisateur (son premier long-métrage, Animalada, sorti en 2000, lui a valu plusieurs prix dont celui du Meilleur Film Etranger au Festival de cinéma latino-américain de New York en 2001). Également poète, romancier et dramaturge, il a reçu le Prix International du roman de la Diversité en Espagne pour son 7è roman, Rage, publié en 2004. Lucía Puenzo a porté à l'écran sa nouvelle « Cinismo » (Chicos, 2004) sous le titre de XXY en 2007. Ce film a obtenu quatre prix pendant la Semaine de la Critique du Festival de Cannes 2007 et le prix du Meilleur Film Etranger au festival de Bangkok

Par larouge • Bizzio Sergio • Jeudi 18/06/2015 • 0 commentaires  • Lu 3212 fois • Version imprimable

La réalité

 

La réalité

Sergio Bizzio , André Gabastou 
  • Broché: 177 pages
  • Editeur : Christian Bourgois Editeur (13 février 2014)
  • Quelle meilleure cible pour des terroristes que les candidats d'une émission de télé-réalité dont les aventures et les propos sont suivis quotidiennement par des milliers de spectateurs ? Et quelle meilleure arme que leurs paroles, manipulées, bien plus efficaces que des bombes pour véhiculer leur idéologie ? C'est la trame aussi saugrenue que réjouissante imaginée par Sergio Bizzio dans ce récit jubilatoire, où il joue habilement avec les codes des médias.
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Par larouge • Bizzio Sergio • Dimanche 16/03/2014 • 0 commentaires  • Lu 1497 fois • Version imprimable

Borgenstein

 

Borgenstein

Sergio Bizzio , André Gabastou 
  • Broché: 155 pages
  • Editeur : Christian Bourgois Editeur (13 février 2014)
  • Agressé à deux reprises par un ancien patient en cavale répondant à l'étrange nom de Borgestein, le psychiatre Enzo décide de se réfugier un temps dans une demeure isolée à la montagne. Idyllique au premier abord, ce paysage se révèle menaçant, avec la présence d'un puma et le bruit assourdissant d'une cascade qui manque de rendre fou le nouveau résident. Surgit une série de personnages insolites : de jeunes poètes désoeuvrés, une journaliste tenace et son mari armé jusqu'aux dents, ou encore un perroquet accro à l'électricité qui passe ses journées avec la patte dans la prise... Oscillant constamment entre suspens et histoire d'amour, ordinaire et fantastique, Sergio Bizzio bâtit avec virtuosité un récit où se mêlent drôlerie et inquiétante étrangeté.
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Par larouge • Bizzio Sergio • Dimanche 16/03/2014 • 0 commentaires  • Lu 1367 fois • Version imprimable

Rage

Rage
de Sergio Bizzio (Auteur)






 
Broché
Editeur : Christian Bourgois Editeur (3 avril 2008)
Collection : LITT. ETR.


José Maria, quarante ans, mène une vie à la routine bien établie jusqu'à ce qu'il rencontre Rosa faisant la queue dans un supermarché. Leur romance va pourtant tourner court car, très vite, José Maria, accusé du meurtre de son contremaître, se retrouve au chômage. Plutôt que de fuir ou de se rendre, il préfère, dans le plus grand secret, élire domicile dans les combles de l'imposante demeure des Blinder chez lesquels Rosa travaille comme domestique. Dissimulé aux yeux de tous, au risque de se perdre lui-même, il parcourt imperceptiblement les étages, tentant de reconstituer les événements domestiques et ceux du quartier. Un rat, avec qui il se voit contraint de cohabiter, devient son unique confident. Dans le sillage de sa présence hallucinée et hallucinante, le récit glisse peu à peu avec humour et tendresse vers l'absurde et le fantastique...

Par larouge • Bizzio Sergio • Jeudi 18/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1472 fois • Version imprimable

un extrait de "Rage"

L'une des premières choses qui retint son attention fut la netteté avec laquelle les bruits de la rue entraient dans la maison; à certaines heures de la nuit, il pouvait même entendre les griffes d'un chien gratter le trottoir. Au fur et à mesure qu'il découvrait l'intérieur de la maison, il fut surpris parce qu'elle était plus petite qu'il ne l'avait cru en la voyant de l'extérieur. Et non pas parce qu'elle était surchargée de meubles, mais tout simplement parce que, vue de dehors, il pouvait l'embrasser d'un seul regard, chose impossible de l'intérieur.

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Par larouge • Bizzio Sergio • Jeudi 18/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1420 fois • Version imprimable

capitulo primero de rabia

  -¨Le das realmente mucha importancia si dejas                     



que controle de ese modo tu vida¨, le dije. Y él:



¨¿Te gustarìa saber si quiero oir lo que me estàs



diciendo?¨



-¿Dijo eso?



-No. Me lo hizo saber.


Dr. Wayne W. Dyer & Lua Senku,
Diàlogos.



1
          

 

-Cuando vos naciste yo estaba acabando…

-No te creo –dijo Rosa rièndose-, no podès acordarte de una cosa así...

Se llevaban 15 años. Rosa tenìa 25 y Jose Marìa 40. El estaba tan enamorado que se creía capaz de todo, incluso de recordar lo que hacìa cuando ella naciò: ¿acababa? En esa època estaba de novio con una chica muy alta y muy flaca que se erguìa cada vez que él le apoyaba una mano en la cintura; entonces parecìa todavía màs alta y huesuda de lo que era. La chica le llevaba una cabeza, era seseosa, usaba ropa elástica y se planchaba el pelo; a pesar de eso, tenìan sexo. Jose Marìa habìa estado de novio todo el año con esa chica: habia 1 posibilidad en 28 de que realmente èl estuviera haciendo el amor el dìa del nacimiento de Rosa (febrero). Lo pensò en dias, no en segundos: no le alcanzaba con ignorar que ¨si el orgasmo durara tres minutos nadie creerìa en Dios¨, como dice el Dr. Dyer; acertar con la memoria en unidades de tiempo tan menores, ademàs, hubiera equivalido a probar su existencia. De todas formas era una broma, un juego. Y Rosa estaba encantada, por lo menos con la intenciòn. Lo abrazò.

Él se dejó llenar la cara de besos. Cuando la oreja de Rosa pasó cerca de su boca aprovechó para decirle:

-¿Me das la cola?

Rosa se congeló.

-Uh... –dijo.

-¿Qué pasa?

-Yo sabìa que en algún momento me la ibas a...

-¿No querés?

-Es que...

Muy frecuentemente Rosa no terminaba sus frases. Estaba excitadìsima, pero dejar inconcluso lo que había empezado a decir era su manera habitual de hablar; no tenía que ver con la excitación: pensaba a la velocidad del rayo, sus pensamientos se atropellaban y se interrumpían.

-Te va a gustar...

-No sé...

-Te garantizo.

José María la miró un momento en silencio y, como Rosa no decía nada, se bajó de encima de ella, se acostò a su lado y le pasó una mano por la cintura para darla vuelta. Pero Rosa se arqueó y se apartó rápidamente, como si al contacto con la mano de José María hubiera recibido una descarga eléctrica.

-¿Qué tenés?

Ella negó con la cabeza.

-Dale, Rosa, yo sé lo que te digo...

Rosa se acodó en la cama, lo mirò y le preguntò:

-¿Me querés?

-Sabés que sí...

-¿Y entonces por qué querés hacerme...?

-Mi amor ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? Hace como dos meses que estamos saliendo... ¿Vos a mí me querés?

-Te adoro.

-Bueno, yo también.

-Sabía que un día me ibas a venir con...

-Sabías porque vos también querés. Por eso sabías.

-Lo que pasa es que nunca lo...

-¡Yo tampoco lo hice nunca!

-¿De verdad?

-¿Por qué te voy a mentir?

-¿Nunca hiciste el amor por la... con nadie?

José María se besó los dedos en cruz. Estaban los dos completamente desnudos en la habitación de un hotelito del Bajo al que iban los sábados; lo único que tenían puesto eran sus respectivos relojes. La semana pasada José María había comprado dos Rólex falsos y le había regalado uno a Rosa.

José María alcanzó a ver la hora en el Rólex de Rosa: faltaban veinte minutos para las doce del mediodía. A esa hora tenían que dejar la habitación.

-¿No me mentís?

-¿Qué querés, que te lo jure? Te lo juro de acá a la China si querés. Te lo juro por Dios.

-Te creo. ¡Qué tonta, te digo “te creo” y vas a pensar que estoy aflojando...!

-Mi amor, no hablemos más. Nos quedan veinte minutos...

-Lo que pasa es que ésto para mí es muy...

-Probá aunque más no sea. Dejame probar. Probemos.

-¿Y si me duele?

-¡Qué te va a doler! Si te duele, paro.

-¿Me vas a querer igual, después?

José María se sonrió.

-Vení, dame un beso... –le dijo.

Rosa lo besó, pero primero hizo una pausa: sabía que el beso era un “sí”.

En el fondo estaba muerta de ganas. Se lo hubiera dado todo. Si hubiera tenido dos colas, le hubiera dado las dos. Lo amaba. Su miedo no era que le doliera, ni siquiera temía que él le perdiera el respeto. En realidad no le tenía miedo a nada. Su deseo la sobrepasaba, de la misma forma en que sus pensamientos se adelantaban a sus palabras, eso era todo. No, hay más: no veía la hora de que José María le pidiera hacer el amor por atrás.
Se habían conocido en la cola del Disco. José María era obrero de la construcción. Rosa era mucama en la mansión de los Blinder. El había salido de la obra en la que trabajaba (todavía un esqueleto de edificio a dos cuadras de la mansión) para comprar la carne y el pan para el asado del mediodía y había quedado mal ubicado en la cola, precisamente detrás de Rosa, que había hecho una compra grande: el changuito rebalsaba. José María calculó que la chica tenía por lo menos para media hora de caja. Echó un vistazo a las cajas vecinas, pero allí las colas eran demasiado largas y se le escapó un chistido de malhumor. Rosa lo oyó; miró el canasto rojo que José María sostenía en una mano (había una bolsa de pan y otra con las tiras de asado) y le dijo:

-¿Quiere pasar primero usted?

A José María el ofrecimiento lo descolocó. Alzó las cejas, y con la cabeza hizo un movimiento muy breve que era a la vez una negativa y una afirmación.

-No, está bien, no hay problema...

No estaba habituado a ninguna clase de amabilidad. Así que, mientras Rosa empezaba a sacar los productos del changuito, entendió que el ofrecimiento había sido más bien una respuesta al chistido de impaciencia que él mismo había hecho un minuto antes, al ver la gran cantidad de cosas que había comprado ella y calcular el tiempo que le llevaria pasar todo por la caja.

-No quise decir... –dijo.

Rosa se dió vuelta y lo miró. Lo miró seria, callada.

-Que no quise… -repitio Maria.

A veces le daba mucho trabajo hacerse entender.

Rosa volvió a inclinarse sobre el changuito y siguió descargando productos.

-Igual gracias –insistiò José María.

-De nada.

La cajera se sonrió y bajó la vista hacia el envase de leche larga vida que tenía en la mano y tecleó los números del código de barras pensando que entre ese tipo y esa chica había algo, o que lo iba a haber. Y no se equivocaba.

Cuando Rosa terminó con lo suyo (lo dejó todo para un envío a domicilio) y salió del supermercado, no se fue enseguida: cruzò la calle y se quedó en el campo de visión de José María, fingiendo que miraba una vidriera. José María salió un minuto después, con la bolsa de compras enganchada a un dedo. Cruzó la calle directamente hacia ella.

-¿Te molesto? –le preguntó.

Rosa lo había visto venir reflejado en el vidrio, pero fingió sorpresa y hasta un cierto sobresalto. Dejó escapar incluso un:

-Ay... –y se llevó una mano al corazón-. Qué susto que me dí...

-Perdoná.

-No es nada...

-¿Sos de por acá?

-De ahí –dijo Rosa señalando la mansión de la esquina con un dedo.

-Qué casita, eh –comentó José María-. Yo estoy laburando en la otra esquina, acá a la vuelta...

-¿Ah, sí?

-Sí. Vengo siempre a comprar acá.

-¿Y en qué rubro estás?

-Construcción.

-Ah, mirá vos qué bien...

-Sí, se está moviendo bastante ahora.

-¿Qué?

-La construcción. El año pasado no había nada. Ahora se está moviendo un poco más. ¿Y vos?

-Yo mucama. Todo tranquilo.

José María se sonrió como si de pronto hubiera recordado algo y le extendió una mano.

-José María –dijo.

-Rosa –dijo ella dándole la mano.

-Encantado.

-Igualmente.

-Así que Rosa...

-Sí...

-¿Y vos también venís a comprar siempre acá?

-Es lo único que hay...

-Pero qué nutridito que está. Hasta discos tienen. Recién ví el de Shakira en oferta... ¿Te gusta Shakira?

-Sí. Tiene una voz...

-¿Qué música te gusta?

-Bueno... Cristian Castro... Iglesias...

-¿Padre o hijo?

-Hijo, toda la vida. La señora escucha al padre cuando está sola. Cuando hay gente no, cuando hay gente pone esa música clásica que... –Agregó riéndose-: La gente le dice “sacá eso, Rita”, pero ella igual... ¡No sé para qué la pone si ni a ella le gusta!

-¿No le gusta y lo pone? Qué rara que es la gente… Así que Enrique Iglesias. ¿Enrique se llama, no?

-Enrique, sí. Pero Cristian Castro me gusta màs, me llega màs…

-¿Y de cumbia no te gusta nada?

-Antes. Ahora un poco me cansó.

-A mi también. Y eso que me crié con cumbia yo. Mi vieja me decía que cuando me tenía en la panza se ponía la radio en el ombligo con cumbia, calculá lo que te digo. Pero tenés razón: a la larga cansa.

-Ahí no estoy muy de acuerdo. A mí no me gusta porque no me gustó nunca. Pero tengo gente que le gusta y le va a gustar siempre...

-¡Pero si hace un ratito me dijiste que antes te gustaba...!

-No, la verdad que nunca me gustó. Lo que pasa es que no te quise ofender, porque me pareció que vos...

-Sí, tenés razón, yo soy cumbiero de alma, para qué te voy a mentir.

-¿Qué increíble, no? Recién nos conocemos y ya nos mentimos los dos...

-Bueno, tampoco es mentir –dijo José María, restándole importancia al asunto-: es un tema de conversación como cualquier otro. Uno va tanteando y por respeto...

-Es prudencia. Está muy bien eso.

-Está perfecto.

-Así tiene que ser. A mí la prudencia me parece... A mí cuando alguien te dice la verdad de golpe...

-Pero vos tenés cara de ser sincera...

-Gracias.

-¡No, no, te digo en serio! Yo te miro y me doy cuenta que sos sincera. ¿Cómo me dijiste que te llamabas?

-Rosa.

-Lindo nombre Rosa.

-Gracias. Bueno...

-¿Te vas?

La charla siguió en esos términos durante unos cuantos minutos más, porque se habían flechado y ninguno de los dos tenía ganas de irse. No se habían movido un sólo milímetro del lugar en el que estaban, parecían clavados al suelo; a pesar de que avanzaban y retrocedían permanentemente, lo hacían siempre desde y hacia el mismo punto, apoyados en movimientos de cintura, como si el impacto del flechazo les hubiera hecho perder el equilibrio.

El portero del edificio de al lado los miraba de reojo, estudiándolos. A ella la había visto un millón de veces, siempre sola, pero esta era la primera vez que lo veía a él, y no le gustò la forma en que le hablaba. De pie en la puerta de entrada al edificio, el portero hacía un gran esfuerzo por oir la conversación; escuchaba pedacitos de cosas, frases sueltas, tales como: “¿A quién votaste?”, “Ah, no, el voto es secreto”, y sentía que le subía por la garganta una oleada de indignación: era evidente que el desconocido seducìa ¨adrede¨ a la mucama de los Blinder.

En el barrio carecían de código, pero todo hacía pensar que tenían uno. No lo había, pero funcionaba igual. Era un código instintivo, que estaba más allá de lo evidente (la calidad de la ropa, el color de la piel y del pelo, la dicción, la manera de andar) y que, por supuesto, incluía al personal doméstico. En líneas generales, lo que se hacía era “marcar” a los cuerpos extraños, principalmente con la vista, transmitiendoles la sensación de ser vigilados: una insolencia muy efectiva, avalada y practicada por todo el barrio, incluído un buen número de mascotas. De hecho, el portero dejó muy pronto de observarlos de reojo para empezar a mirarlos abiertamente, e incluso dió un paso hacia ellos para oir mejor lo que decían.

No oyó mucho: en ese momento José María y Rosa se despidieron. Lo único que alcanzó a oir claramente fue la promesa que se hicieron de verse otra vez. Rosa dió una rápida carrerita hacia la mansión. José María la miró un momento y después dió media vuelta y se dirigió hacia la obra.

Pasó al lado del portero silbando y haciendo balancear la bolsa con el asado. El portero, más desafiante que nunca ahora que se le iba, dió un paso adelante haciéndose el distraído, como si quisiera ver algo en el cordón de la vereda, y se puso en el trayecto de José María. Fue todo tan rápido como premeditado: querìa forzar a José María a pasarle por detrás, para que él pudiera entonces dar un giro sobre los talones y seguirlo con la vista: un insulto. Lo que escapó al cálculo del portero (un flaco obeso, de hombros enjutos, muy poco observador) fue que el desconocido iba a sentirse efectivamente insultado.

-¿Qué mirás, pedazo de boludo? –le dijo José María, sin detenerse.

El portero quedó mudo, paralizado. Cuando por fin consiguió reaccionar, José María ya estaba en la esquina. “Mi Dios, qué ágil que es”, pensó. “Me juego la cabeza a que este tipo es capaz de saltar de una vereda a la otra sin tocar la calle”.

Unas horas después, a la tarde, lo vió de nuevo. Eran las seis y media de la tarde, para ser exactos. El portero ya se había lavado y cambiado y estaba de nuevo en la puerta de su edificio haciendo como todos los días un esfuerzo enorme por parecer aburrido. José María había terminado su jornada; él también se había lavado y cambiado de ropa, y ahora caminaba hacia la mansión de los Blinder.

Era la primera vez que pasaba por ahí al término del día; en general seguía por la calle de la obra hacia el Bajo, donde tomaba el colectivo hasta su casa, en Capilla del Señor. Con sólo pensar que tenía dos horas de viaje le daba sueño. Pasó al lado del portero cabeceando.

-Che, vos –le dijo el portero.

José María se detuvo. Lo miró. No lo miró de arriba abajo: lo miró directamente a los ojos y le preguntó:

-Qué te pasa.

-¿Yo te hice algo a vos?

-¿Por?

-Esta mañana me dijiste “boludo”...

-Perdoná. Lo que pasa es que estaba charlando acá al lado con una señorita y vos estabas meta relojear y... qué se yo, viste cómo son las cosas. ¿Nos conocemos nosotros?

-No creo.

-Por eso te digo. Queda feo andar mirando así a la gente. Y encima después te hiciste el distraído y te me pusiste en el paso. Por eso te dije boludo.

-A mí no me gustó.

-Y bueno, qué querés que le haga.

-Que me pidas disculpas por lo menos...

José María estaba cansado, no tenía ganas de discutir, así que soltó una risita y siguió de largo. El portero se paró en mitad de la vereda y, mientras lo miraba alejarse, pensó mil veces decirle que volviera, incluso ensayó mentalmente varios tonos de voz, pero no consiguió ni decir otra vez “che”. Frustrado y rabioso se metió en su casa. Dió un portazo tan fuerte que a su esposa se le cayó el salero en la olla.

-¡La puta madre que los parió con estos negros de mierda...! –dijo mientras discaba un número al teléfono-. Hola ¿Israel? –oyó Israel que le decía alguien al otro lado de la línea-. Soy yo, Gustavo –dijo el portero-. ¿Estás ocupado?

Israel puso los ojos en blanco:

-Qué puntería que tenés, Gustavo –dijo-: estaba comiendo...

-Te llamo en otro momento, entonces...

-No, decime, qué pasó...

En tanto, José María se habìa parado en la esquina de Avenida Alvear y Rodríguez Peña a mirar la mansión. Las ventanas estaban a oscuras, excepto las de la cocina, en la planta baja, y una más en el primer piso. La casa era imponente: grisácea, chorreada de musgo, con faltantes de reboque allá y aquí y como aureolada de humo, pero no había que ser muy culto para advertir la pátina esplendorosa que la envolvía; sin ir más lejos, la escalera de mármol blanco de la entrada principal se derramaba sobre el jardín con tal plasticidad que daba la impresión de haber sido hecha con una manga de repostería. Qué belleza, pensó. Se rascó una axila y empezó a decir en voz muy baja: “Rosa... Rosita...”, despegando apenas los labios. Era un llamado... Nunca había hecho una cosa así. Debía de estar enamoràndose. Pero el corazón le latía igual que siempre, al mismo ritmo y con la misma intensidad. Entonces se levantó uno de esos vientos tubulares que tocan las cosas una por una: el viento levantó del suelo una hoja de diario para abandonarla unos metros más allá, sacudió la copa de un árbol, hizo vibrar un cartel y desapareció a lo lejos. La gente apuraba el paso. José María levantó la vista al cielo; había grandes zonas de un azul oscuro cargado de estrellas, pero la tormenta estaba allí, encapsulada en una docena de nubes, todas listas para estallar.

 


©Sergio Bizzio

Par larouge • Bizzio Sergio • Jeudi 18/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1327 fois • Version imprimable

a proposito de "rabia"

Siempre he sentido cierta fascinación por lo made in Argentina. Argentina porque algunas de las películas más conmovedoras que he visto son producciones argentinas como Secretos compartidos, La historia oficial, El faro del Sur, Martín Hache o Un lugar en el mundo. Argentina porque de ella son Ricardo Darín, Federico Luppi, Héctor Alterio y leonardo Sbaraglia. Argentina porque he crecido leyendo los cuentos de Roberto Art, el Aleph de Borges, las novelas de Julio Cortázar o los ensayos de Ernesto Sábato. Y sobre todo, Argentina por mi amiga Noelia a la que no veo tanto como quisiera pero que, gracias al messenger, sigue formando parte de mis días.

Sergio Bizzio es un descubrimiento reciente. De momento sólo he leído Rabia, novela que obtuvo el Premio Internacional de la Diversidad en 2004. Es un conocido poeta, narrador, dramaturgo, guionista y director de cine nacido en Villa Ramallo, Buenos Aires.

Rabia habla del amor con cierto toque de suspense y una importante dosis de humor negro. Una historia que transforma la impotencia, la amargura y la desesperación en rabia.

José María, tras un enfrentamiento con el capataz de la obra en que trabaja, comete un asesinato en un arranque de ira y tiene que refugiarse en una zona deshabitada en inhabilitada de la mansión donde su novia trabaja como criada. Esta reclusión le convierte en un fantasma que espiará la vida de los dueños de la casa, será testigo de sus miserias, de su hipocresía y de las humillaciones a las que someten a su pareja.


source: http://www.marchaymas.com


Par larouge • Bizzio Sergio • Jeudi 18/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1503 fois • Version imprimable

Rabia visto por Mauricio Runno

Muy frecuentemente un escritor argentino, y aquí en el país hay muchos, y buenos, renueva el género de la novela. En Mendoza, salvo contadas excepciones, no se producen textos en este formato; abundan poetas, cuentistas, cronistas y otros istas, sin demasiadas aristas, hay que decirlo. Y es extraño, ya que en esta tierra nació una de las cumbres de la novela del siglo XX, Antonio Di Benedetto.

"Rabia", de Sergio Bizzio, hombre nacido en Ramallo pero con estadía en Capital Federal, es una de esas novelas que marcan una época, a su pesar, y dejan una estupenda lección para lectores y escritores: el riesgo de ingresar a un texto como si fuera una aventura. Nada es convencional en esta reciente edición de Sudamericana (la primera edición argentina fue en 2005 bajo el cuidado de Interzona), que ya ha sido distinguida en España, en 2004, como la mejor obra del Premio Internacional de Novela de la Diversidad. La secuencia cronológica no hace más que confirmar que el texto ha superado la tan común e inmediata realidad que atraviesan la mayoría de las novelas argentinas de moda, que, entre otros daños, deterioran el medio ambiente utilizando celulosa para la elaboración de papel.

El oficio de escritor de Bizzio parece haber encontrado en este registro una intensidad que muchas de sus novelas anteriores sugerían, tal el caso de "En esa época". Y aquello que es el tono, la marca, el made in, es algo que se disfruta en "Rabia". Al punto que la novela parece haber sido fácil de escribir. Y más aún: se tiene la sensación que cualquiera podría haberla escrito. Los que saben de estos asuntos suelen decir que cuando ambas cosas suceden atrás de ello existe un gran creador.

Una empleada doméstica de una mansión de la simbólica Avenida Alvear mantiene una historia de amor con un obrero de una construcción cercana. Se conocen en la cola de un supermercado y nada hace suponer que ese encuentro encerrará, entre otros relatos, una gran historia de amor. ¿Y cómo hacer para que en ese contexto cuadre la violencia, los celos, los secretos inconfesables, el fraude y la desnudez radiográfica de ciertas clases sociales de la actual Argentina? Bizzio lo ha hecho posible.

Del amor a la muerte, de la comedia a la tragedia, de la brutalidad a la melancolía, y todo viceversa. La agilidad y el humor de la prosa permiten una lectura que va descubriendo, al mismo tiempo que su protagonista, una sucesión de hechos casi inverosímiles. Es como una novela de televisión misturada con Robinson Crusoe y ciertos tics alla Kafka. Rosa es ella, José María él, aunque se lo llame María. La familia es una de las cuestiones centrales en la novela, y un animal, sí, otra vez un animal (¿remember "Animalada", el filme?), una rata, será el testigo más indecente.

Original y creativa, lejos de las complacencias y el canon, "Rabia" es un potente relato de una pareja que nunca termina siéndolo. A cambio, sufrirán la ausencia, el misterio, la mentira, en un clima que trae personajes inquientantes de una realidad no tan lejana de la que podría existir en cualquier ciudad argentina. Se trata, en ese aspecto, de una impecable mirada a un mundo que no por clásico es menos contemporáneo. Los elogios a este trabajo superan los comentarios. De tal modo que estamos frente a esos libros que uno debe cuidar y proteger en su biblioteca, pues siempre será motivo para que alguna visita quiera llevárselo. En ese caso se recomienda, no esconderlo, pero sí no ceder. Como dirían en el cine está en las mejores librerías.



source:  http://masquevidadigital.blogspot.com



Par larouge • Bizzio Sergio • Jeudi 18/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1473 fois • Version imprimable

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