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ultima conversacion con Marco Denevi

Par larouge • Denevi Marco • Lundi 22/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1210 fois • Version imprimable

Última conversación con Marco Denevi

Bernardo Ezequiel Koremblit

Proa, noviembre/diciembre de 1999


  "En cuanto a mi salvación, es suficiente la sacra ceremonia del silencio": Con estas doce pero en modo alguno (todo lo contrario) adocenadas palabras, termina el poema Última voluntad, que a manera de testamento se lee en el libro Salón de lectura, escrito por el siemprevivo Marco Denevi en 1974, veinticuatro años antes de doblar la servilleta y abandonar el banquete de la vida, en el que con ética, estética e inteligencia en ascuas celebrara la literaria comensalía de la vida y el fruitivo bodegueo del ardiente y ardido élan vital del que había sido el intenso protagonista. El viernes 23 de octubre del pasado año el creador de Ceremonia secreta recibió el Premio al Mérito en la especialidad Letras en el Aula Magna del Colegio Nacional de Buenos Aires. Sus palabras de agradecimiento comenzaron repitiendo las de su muy leído Paul Valéry: "En toda sociedad hay conflictos, conflictos de cualquier naturaleza, pero sólo hay dos formas de solucionarlos: por la violencia o por el arte".

  El día siguiente, un sábado lluvioso, visité a este imborrable amigo en la planta baja de su belgraniana tebaida de José Hernández 2200 ("leo con fruición y reflexión la polémica de Fierro y el Moreno, pero habría preferido habitar un departamento de Villa Luro en la calle Virgilio: con deleite leería allí las Eglogas del dulcísimo poeta"), y aludí a su disertación del día anterior en el nobilísimo Colegio donde sesenta años atrás cursamos los estudios secundarios ("secundarios, como todos los estudios", opinión que por cierto no aparece en Rosaura a las diez pero sí en nuestra conversación de ese día). Dijo que el arte soluciona los conflictos, no sólo por haberlo dicho el refinado Valéry sino porque la belleza lo abarca todo y la estética es el común denominador que comprende la ética solucionadora de todos los problemas.

    -Este concepto lo expresé en el Buenos Aires porque los seis años en sus aulas y corredores, y en la misma vereda de Bolívar al 200, a igual que en el bar de enfrente, fueron los que en mi espíritu y en mi mente florecieron y frutecieron la preocupación de lo que ahora preocupa a muy pocos: esa parte de la filosofía que trata de la moral y de la bondad o maldad de los actos humanos. Tengo hechas anotaciones que siempre pensé llevar a un ensayo, un trabajo que habría de titularse Deontología, esto es (te imaginarás que no voy a decir "o sea") Tratado de los deberes humanos.

   Habiendo dicho también que en aquel tiempo tan fecundo como inolvidable ese obstinato rigore se les antojaba exagerado", tanto a él como a toda la prole estudiantil, pero que algunos años después, leyendo en un libro de sabiduría oriental, recibió una inyección de sobresalto: en él se decía "que la decadencia de un Estado comienza con la decadencia del lenguaje", le pregunté si esa lectura iluminadora completaba y complementaba sus convicciones.

   -Ahora sé que nadie es de su tiempo ni del medio en que vive si habla el sobrehumano lenguaje de la verdad, de lo bello y de esa lógica que todo lo esclarece. ¿Quién que es no es romántico? Esta aseveración no la inventó el prodigioso Rubén, aunque fue él quien la anunció con lirismo y hondura tanto conceptual como anímica. Mi idealismo, mis encendidas esperanzas y mis arrobadas ilusiones se mantuvieron en permanente combustión desde entonces hasta mi discurso de ayer en el ex Carolino, esto es el Nacional Buenos Aires. En todo cuanto he escrito subyace tal convicción. Y además de subyacer (de paso te digo que el verbo subyacer no figura en el Diccionario: los cardenales de la Real Academia Española sabrán, o quizás no lo sepan, el porqué de tal omisión), afloran y se hallan en la superficie de mi pensamiento y de mi creación.

   Dije a Marco que hay quienes ponen cara de desdén cuando no tienen nada que decir y adoptan un aire de preocupación cuando no tienen nada en que pensar. Denevi mostró una indulgencia e inclusive una piadosa benevolencia, por cierto que infrecuentes en él... Bien se sabe que si algún hominicaco de nuestro par e imparnaso nacional expresaba una insensatez o escribía un despropósito, el autor de La república de Trapalanda reaccionaba no precisamente como un reaccionario tradicionalista sino como un revolucionario insurrecto contra la anquilosada ortodoxia. Por una vez más, que no habría de ser la última y en ese turno no era la primera, el ético y estético (ambas actitudes estaban entrelazadas en él como en un monograma) Marco Denevi, por mejor nombre uno de los primeros escritores argentinos y de nuestro idioma, revelaba ser el inmenso humanista, el indimenso espíritu e intelecto integrales que reveló ser en nuestra literatura.

    -Apareciste en este valle de novelas, cuentos, ensayos et toute la littérature et Notre Damme la Littérature toute, lágrimas y sonrisas (por nombrar el vals de Strauss que tanto te gusta), amores y amor, humor, música y amigos, en 1922, año impar a pesar de su cifra par, y eres geminiano de raza de la raza de los geminianos, padrino zodiacal que tengo la gloria de compartir contigo. Te distingue entonces la peculiaridad de ser mitad una cosa y mitad otra, y además posees una tercera mitad para completar y complementar las otras dos.

    -¿Pero has descubierto el contenido de esa "tercera mitad", que la gélida matemática considera inexistente,  puesto que una mitad es cada una de las dos partes iguales en que se divide algo? Y es muy simple: que no es ni suficiente ni bastante ser, verbigracia (porque no tenemos por qué decir siempre "por ejemplo") apolíneo y dionisíaco, con bella y profunda simultaneidad. Un ser integral, y que además aspire a serlo si no lo es, considera que el intelecto y la sensibilidad necesitan (no voy a decir "han menester", según habría dicho el académico B.C.F)...

"... acaendémico...

"...de varios, en realidad muchos, elementos para manifestarse del modo que el Señor del otro piso quiere que nos manifestemos: existir aspirando cuanta esencia existe en este mundo y esta vida: la pánica e intensa integralidad. Podríamos no hablar más porque, "en diciendo" esto hemos agotado todos los temas. Hemos "consumido", según diría Borges, todos los asuntos.

  -A pesar de Marco Deneví y a pesar de Jorge Luis Borges, no los hemos ni consumido ni agotado. Pues falta recordarte que llegaste en 1922, benemérito año de la publicación de Ulysses del helicoidal Joyce, de Los Thibault del vasto Martin du Gard, de La creación del mundo del abrazador Milhaud...

  -Si la Providencia no hace su reparto a ciegas, hay que recordar que también ese año el piadoso y evangélico Mussolini hizo su Marcha sobre Roma instaurando el engendro del fascismo, y quedó fundada la Unión de  las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Y los males no terminaron, porque el megalómano Cecil Blount de Mille infringió Los diez mandamientos..., pero hay que comprenderlo: él creía que el cine no era el séptimo arte sino la octava maldición... Por suerte, hubo dos compensaciones para el año de mi nacimiento: Stefan Zweig publicó Amok y Picasso pintó Mujeres al borde del mar. ¡Con qué placer habría nacido un año antes, cuando Pirandello estrenó Seis personajes en busca de autor!

    En mis visitas al imborrable Marco -no sé por qué digo así, si nadie pretende borrarlo: todo lo contrario- nos interesaba una sola cosa: Todo. Pero casi todas quedaban relegadas, confinándolas a terceros, a cuartos lugares y más lejos aún: la política, el abstruso estructuralismo, los cuentos chinos (y de todas las nacionalidades) del gracioso psicoanálisis y los vistosos psicoanalistas, la macaneadora economía, el furibundo deporte, y así en adelante y adelante et ainsí de suite, como a él le gustaba decir, con tantos asuntos que no nos ocupaban ni preocupaban. Recalábamos en el arte y la literatura, que también es un arte. Navegábamos entre el archipiélago de esto y aquello pero al fin entrábamos en el puedo de las ideas y el pensamiento y allí echábamos el ancla. Yo expresaba mis preferencias y él las suyas: "Proust, Chesterton, Thomas Mann, tu amado Baudelaire, decía para complacerme, Montaigne y mi admirado Oscar Wilde, al que no le perdono que haya elegido perder el juicio en el famoso proceso". Y seguíamos sin interrumpirnos con la ardiente y ardida literatura.

  -Ella lo abraza y lo abrasa todo. Pero hago mal en decirlo así porque la música no deja nada sin conflagar. Ya conoces mis devociones: Mozart, Haydn, Bach, César Frank y todos los demás, incluyendo los "estimables" Ravel y Debussy. En la ópera, ¿quién no lo sabe?: el gran Verdi, de bendita memoria.

  Era una fruición llevarlo hacia las islas bienaventuras de la pintura, la filosofía, los héroes y los mártires de las ideas y el pensamiento, el juego de los inhumanos actos humanos... Hablaba de ello como el Oráculo que responde a todas las consultas.

  -Cézanne, Renoir, Degas, mejor dicho sus danseuses, armoniosas, flexibles, sensuales... Siempre releo a Leibniz. Del probo Séneca he aprendido que debe sobrellevarse con resignación lo que no puede ser cambiado. De Montaigne, leyendo los pasajes en que nombra a su amigo del alma La Boétie, me asombra que supiera hace 400 años que la amistad habría de ser una pasión argentina. Es incomprensible que Mallea no lo haya nombrado...

  Dije, entre bocados de scons y sorbos de jerez, que el humor no nos hará felices pero nos compensa de no serlo. El refinado humorista que él era no habría de permanecer callado.

  -Junto con la piedad, es el supremo arte de vivir Swift, Bernard Shaw Jules Renard, nuestro Nalé Roxlo, Aristófanes, han mostrado y demostrado que el humor es una estética del desencanto (otra vez su deseo de halagarme).

  A mi pregunta de si le quitaría a alguien el uso de la palabra, su respuesta cayó como cae la impecable verticalidad de la plomada.

  -¿A quién no? No quiero nombrarlos para no caer en la injusticia de omitir a alguien... Vuelvo al lúcido Paul Valéry que nombré en mi discurso del Buenos Aires: Chaque atome du silence est la chance d'un fruit mûr, cada átomo de silencio es la posibilidad de un fruto maduro.

  La liana que oscila entre el árbol intelectual y el espiritual de Marco Denevi, incesante en su jocundo y profundo vaivén, es reveladora de la naturaleza y la substancia de quien es uno de los primeros nombres de nuestra literatura. Esta insuficiente, pobre y mezquina evocación, por buscar una conclusión, un epítome, de veras imposible, encuentra una que me auxilie en mi empeño por calificarlo: Quizás, sin saberlo, el autor de Los expedientes rendía culto a lo que había en él de eterno. Entre las tantas cosas, muchas, muchas cosas, que no sé, aparece una que sé con total certidumbre: Que quien lo conoció, no lo olvidará nunca, y quien no lo conoció, ni se lo imagina.

(Proa, revista bimestral, noviembre/diciembre de 1999)


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