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suite de “un espia irreverente”

Par larouge • Bianco José • Mercredi 17/06/2009 • 0 commentaires  • Lu 1182 fois • Version imprimable

…Recuerdo también -aunque no creo que esto estuviese en la nota- cuándo de veras empezó mi amistad con Pepe, y fue a propósito de una cita, o más bien de un recuerdo de lectura compartido. Se hablaba de la eficacia de ciertos cuentistas y de pronto surgió el nombre de Katherine Mansfield a quien nadie, ya, leía. Pero Pepe la recordaba y yo, ex alumna de un colegio inglés también, y Pepe de pronto empezó a hablar de un cuento cuya protagonista es una mujer que limpia casas por hora y que recibe una mala noticia. De pronto yo también recordé ese cuento, y juntos con Pepe resumimos su conclusión: cómo la mujer aplaza su pena hasta terminar de limpiar la casa, cómo se pone el abrigo y sale, cómo deambula por la ciudad, buscando en vano un zaguán o un lugar apartado donde estar sola para poder llorar. Varias veces he buscado ese cuento en Mansfield, lo he encontrado, me ha parecido que estaba al borde del sentimentalismo e igual me ha gustado; y varias veces me he dicho que no olvidaría el título y otras tantas veces lo he olvidado. Será siempre para mí el cuento de la mujer que no tenía donde llorar y que le gustaba a Pepe. En el homenaje a Borges que le dedicó la revista L´Herne, Bianco publicó un ensayo, “Les souvenirs”, que sólo mucho más tarde se publicaría en español. Recordando la experiencia que había sido para él conocer a Borges, ser amigo de Borges, recordaba aquella maravillosa estrofa del poema “Memorabilia”, de Browning: “¿Llegaste a ver a Shelley cara a cara,/ y Shelley se detuvo a hablar contigo,/ y tú, a tu vez, pudiste hablarle?/¡Qué extraño parece y qué nuevo!” Ah, did you once see Shelley plain, And did he stop and speak to you, And did you speak to him again? How strange it seems, and new! Yo también tuve el privilegio de ver a Bianco plain, es decir, de conversar con él cara a cara, en lo que para mí fue un encuentro intelectual decisivo. No hablo de influencias puntuales: del mismo modo como Bianco descreía de los “modelos literarios” prefiriéndoles en cambio los escritores que le daban placer, yo descreo de las influencias para rescatar afinidades, amistades literarias. En Bianco admiro la ambigüedad, la reticencia, el silencio que se vuelve una forma de la elocuencia. Lo leo y me reconozco, del mismo modo como él se reconocía, digamos, en Léautaud, es decir reconozco algo que no es la escritura misma, que no es la narración, que acaso sea una mirada oblicua sobre el mundo, mirada que le envidio porque quisiera tenerla en el grado sumo en que la practicaba él. Y tuve también el privilegio de oír a Bianco plain, lo cual me trae, una vez más, a la idea de dar vida, siquiera por un momento, a esa figura -de nuevo en su sentido retórico, como quien dice una metáfora, un tropo- que atesoramos quienes lo conocimos. Porque para rendir testimonio de una oralidad inolvidable, testimonio que dure algo más que nuestras efímeras vidas, es preciso anotar esa oralidad, transformarla en escritura. Cuenta Manuel Puig que La traición de Rita Hayworth encontró su forma cuando Puig pudo rescatar una oralidad casera que recordaba de la infancia, las conversaciones de sus tías mientras cosían. Por mi parte creo poder decir que mi novela El común olvido encontró la suya cuando volví a oír, en la memoria, la voz de José Bianco. No sólo recordé esa voz sino que traté de convocarla, cultivándola, imaginándola. El personaje de Samuel Valverde es y no es el Pepe Bianco biográfico. Alguno que otro amigo me ha hecho comentarios sobre las historias que le atribuyo, muchas de ellas inventadas, observando que tal cosa que digo “en realidad no fue del todo así”. Pero la realidad de la historia es en este caso lo menos importante; lo que me propuse buscar en cambio es una entonación, lo que Borges llamaba “el hombre que se muestra al contar”. No sólo quise que Samuel Valverde encarnara esa entonación, quise que fuera el primer interlocutor que busca mi protagonista, un guía, un go-between (un intermediario), más hermano mayor que maestro, en una laberíntica y remota Buenos Aires que para mi protagonista se había vuelto tierra ajena. Quise también que ese trabajo de go-between que Valverde desempeña en la novela -ese trabajo de mediación, tan frecuente en la obra toda de Bianco- fuera implacable: no nostalgioso, no pasatista y reconfortante, sino inquisidor, como eran todas las intervenciones de Bianco. Gracias a Samuel Valverde mi protagonista aprende a abrir los ojos; regresa a Estados Unidos, como hubiera dicho el propio Pepe, “a wiser but a sadder man (”un hombre más sabio, pero también más triste”) Ese ha sido mi homenaje a José Bianco, ésa mi manera de saldar mi deuda de lectora, de agradecerle una obra que no vacilo en llamar perfecta.

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