En 1968, viajó de nuevo a La Habana como jurado en el concurso anual de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos (Uneac). Esta vez Pepe se sintió decepcionado por la atmósfera opresiva que había en la isla: intolerancia ideológica y censura de prensa, persecución y ostracismo para los intelectuales disidentes, discriminación y cárcel para las minorías sexuales. Entre los escritores discriminados figuraba su amigo Virgilio Piñera. La Uneac expresó su desacuerdo con las obras premiadas de Heberto Padilla (Fuera del juego) y Antón Arrufat (Los siete contra Tebas) consideradas contrarrevolucionarias. Ambas, por recomendación de Pepe, se publicaron luego en el Centro Editor de América Latina. En 1972 Pepe publicó su novela La pérdida del reino, que había llevado largos, largos años de gestación, analizada y elogiada calurosamente por Octavio Paz en una carta escrita cuando la novela acababa de publicarse. Copio seguidamente algunos de sus párrafos más significativos: La pérdida del reino también podría llamarse Las ambigüedades de las transparencias. El juego de las transparencias es el juego de los disfraces, verdadera condenación que, al escamotearnos nuestra propia realidad, la consume, la realiza. La nitidez de tu prosa, su aparente sencillez, parece reflejar lo que pasa del otro lado pero, poco a poco, en su fluir invisible (ése es el milagro de la claridad) transcurre y nos da la sensación de la fijeza; todo cambia, y lo que nos parecía simple, ahora es un misterio. ¿No es así la vida? ¿Qué sabemos de los demás y de nosotros mismos? Vemos, pero ¿qué es lo que vemos? Misterios claros, pero indescifrables. El hombre es naturalmente una criatura moral y por eso es doble. Su disfraz es natural, su máscara es su piel. Animal moral, vive entre símbolos, es decir, entre transparencias y sublimaciones. [?] Querido Pepe, algún día, si volvemos a vernos, hablaremos más de tu hermosa novela. Algunos pasajes me conmovieron y me provocaron una melancolía muy grande. Mago Merlín de la literatura, como alguna vez lo llamó Vargas Llosa, Pepe tenía con los libros una relación hedónica, parecida a la de su amigo Jorge Luis Borges. No valía la pena esforzarse en leerlos si provocaban aburrimiento por su chatura temática, o irritación por sus arbitrariedades sintácticas o tipográficas. Antes que nada, debían proporcionar felicidad al lector. Pensaba que el arte de narrar consiste más bien en sugerir que en decirlo todo, especie de cortesía hacia el lector que le permite, en cierto modo, ser intérprete o colaborador del artista, no un discípulo sumiso, ni un arrobado admirador. Su pasión por la literatura lo llevó a indagar sobre los límites imprecisos entre el mundo imaginario y la vida concreta, entre ficción y realidad (Ficcióny realidad es el título de su único libro de ensayos). Como Santayana, bien pudo haberse preguntado: De mis dos vidas, ¿a cuál llamaré sueño? En sus últimos años, tenía miedo de perder la memoria, sin que hubiera motivo que justificara ese temor, pues hasta el final de sus días conservó intacto el caudal de citas y alusiones literarias que afloraba naturalmente en la conversación con sus amigos. Prueba de ello es la siguiente anécdota: en una ocasión, su médico de cabecera, al verlo deprimido y suspiroso, quiso saber la causa de su decaimiento: -Pepe, dígame qué le sucede, qué siente -inquirió. -Siento una ligera dificultad de ser -le respondió en voz baja, esbozando una sonrisa desencantada. La frase ¿era de Pepe o de Fontenelle, un filósofo francés del siglo XVI que murió a una edad muy avanzada? Convengamos en que la pregunta carece totalmente de importancia.
Sobre teorizadores Por José Bianco
Este texto fue leído por el autor durante un ciclo de audiciones de crítica de libros emitidas por Radio Nacional en los años sesenta La imaginación imita; el espíritu crítico inventa. Esta paradoja de Oscar Wilde que asimila el espíritu crítico a los géneros llamados creadores (novela, relato, poesía) considera la crítica literaria y la literatura de imaginación como dos funciones simultáneas y recíprocas de la inteligencia. Nos dice que la crítica es siempre provechosa a la literatura. Hasta cuando desvirtúa o limita su significado, ahonda la visión que un autor tiene de su propia obra (lo convierte en crítico de sus críticos) y exalta su fuerza: lo induce a rebelarse contra ellos; estimula en él esa fuerza realmente inventiva que le permite hacer el balance de sus posibilidades y combinar sorprendentes caminos de meditación. La crítica, decía Baudelaire, debe ser parcial, apasionada, política y hacerse desde un punto de vista exclusivo, pero desde un punto de vista que abra la mayor cantidad de horizontes posibles. Baudelaire, anticipando el Baudelaire de Sartre, insinúa que la crítica debe ser injusta. No es frecuente que un novelista, acostumbrado a supeditar las ideas a personajes imaginarios, haciéndolas vivir en función de caracteres inventados, pueda manejarlas con rigor en su faz especulativa. Alberto Moravia, en nuestros días, es una excepción. No pretendo que un mismo escritor cultive con maestría dos géneros tan diferentes, pero sí pretendo que los géneros tan diferentes sean cultivados por igual en una misma literatura. Agreguemos: en una buena literatura. ¿No es un poco absurdo oír hablar de un país de ensayistas, o de un país de novelistas? Si tiene ensayistas, tendrá por fuerza novelistas. Y viceversa. Recordemos de nuevo la paradoja de Wilde. Donde no hay teorizadores, tampoco hay narradores, donde no hay crítica, no hay ficción. (Texto cedido por Juan José Hernández)
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