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Hay gente que ha perdido el silencio

Par Diego González de Kehrig •  ARGENTINA • Vendredi 01/01/2010 • 0 commentaires  • Lu 656 fois • Version imprimable

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Hay gente que ha perdido el silencio.

Gigantes a velocidad, no espetan sino desesperación. Dispuestos a ametrallarnos, lanzan oraciones de inauditas extremidades.

Incrustan, sin clemencias, onomatopeyas y salivas sobre nuestra inocencia.

Incapaces de valerse de pausas: monopolizan versículos. Vírgenes de intervalo: padecen de diarrea verbal.

2

Nos enredan con sus collares de sílabas, con sus alfileres de vocablos. Nos enferman con sinfónicos vademécums.

Jamás concluyen. Dinamitan cualquier mínimo redondeo. Conceptos o salidas, no hallan picaporte a sus jaulas.No los alcanza nunca la traqueotomía. Son frases, antes que humanos.

Hijos vibrantes del debate.

Taquígrafos han salido del mundo, al intentar caprturar sus ristras.

No importa Dios, sino sus rezos. No disfrutan del ídolo, sino en el entreacto. Cuchicheadores profesionales. Apabulladores. Llevan en la garganta el campanario de Notre Dame.

3

Siempre hay adverbios en sus bandejas, sustantivos por sus cornisas.Cataratan, sin piedad: rosarios y crucigramas. Somos las víctimas sin pararrayos de sus ilimitadas tormentas.

 

Pergeñan simposios. Bombardean peroratas sin refugio. Coplas y sermones rajan las paredes de nuestros hipotálamos.

Antes muertos, que admitir el punto y coma. Siempre hay un sol donde explotar. Una ardilla a quien robarle su nuez.

4

Convidarlos un café: es fallecer. No hay escoba tras la puerta que los intimide. Dispuestos a cazarnos como a un surubí, nos reducen a una oreja.

Procreados, ya no gritan: pontifican.  

Sin semáforos, destrozan diccionarios. Generan metástasis sobre nuestros descansos. Voraces en alcanzar técnicas de vuelo, torpedean nuestra atención violando pochochos en el cine. Se nos caen los hombros del chaleco, por oír sus querellas.

5

Lenguas de Scrabel. Ladrillos de Babel.

Nos empujan al estiércol de sus opiniones.

Son capaces de envejecer parados. Feligreses de peluquería. Patoteros de venta ambulante.

¿Qué chismoso no es portero?

6

 

Los platos sucios de sus ortografías agonizan sobre nuestras estúpidas mesas de anfitrión.

Manchado de gramática, nos dejan bautizado el sofá del comedor.

Por verlos llegar,  las flores se suicidan arrojándose de sus jarrones.

La polución de sus sinónimos acaba con nuestras cabelleras.

¿Acaso idiotas?

Como quién roba zapatos, se sirven de expresiones, y andan sin alarmas.  

Intercalan, se discurren, obstruyen nuestra almohada. Sólo somos los párrafos de los que logramos escaparles.

 

¿Acaso distintos?

Nos fijan a las solapas. Llevamos en el ojal, el clavel de sus pecados. Abren el ruedo, y nos clausuran al pantano de sus hilvanes. Morimos en el maremagno de sus figuras.

7

Dios sabe que no llevan párpados las orejas.

Ha bajado a su hijo de la cruz, ya no por planes de redención, sino para evitarle el calvario. Nada, han sido la corona de espinas, la picadura del látigo, o el vinagre en la herida.La impiedad ha ocurrido, y Dios Padre ha operado: apartó a su hijo de las bocas calcadoras, que entre babas y plegarias, rasguñan sus arrepentidos.

Imitemos al Eterno: huyamos con alevosía.

Se asemejan a nosotros, se visten como tales, pero no. A la vuelta de la esquina dispuestos a atropellarnos, ensayan. Debemos estar alertas.

En el subterráneo: fingen desorientarse, por clavarnos sus disfraces de turistas huérfanos. A zapatillazos, ¡apartémoslos!

Dotados de estrategias inflamables, amenazan nuestros reposos. Con mangueras de extinción liberémonos de sus lujurias.

8

Feliz El Zorro, que mudo era Bernardo. Valiente Beethoven, que nulo construyó su capitel.

9

No es respuesta el oráculo,
sino lo que impares cuestionamos. Abarrotamos la noche, por ocultar el insomnio. Detenemos el mar, por ser rumiantes.

 

Pero un pez vegetal habita en las profundidades, devora los cimientos.  Nos desviste la lengua, cuando emperifollados simulamos convencer.

 

La piedra ha caído mar adentro, y un sombrero agoniza en la boca del estómago.

Invaden bibliotecas con el taladro de sus arritmias. Nos infectan la calma, tosiéndonos telefonadas. No los detiene ni su entierro: lápidas monumentales insisten en sus cruzadas.

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