H. A. Murena: inventario de un silencio
Ricardo Rey Beckford
Universidad de Buenos Aires
A partir de El pecado Original de América (1954)- que plantea el enigma inicial, el enigma del lugar de nacimiento- lo que se manifiesta es la aventura de un pensar original cuya rigurosa trayectoria sólo parece cumplirse "cuando concluye por eclipsarse para permitir la visión del espíritu".
En Homo Atomicus (1961) y en Ensayos sobre Subversión (1962) el reconocimiento de la situación de desamparo del hombre americano se extiende y profundiza al advertir Murena que la experiencia del nihilismo afecta ya al espíritu occidental en su totalidad y, por su intermedio, al orbe entero.
En el ocaso de las iglesias, en cuyo seno las formas verdaderas de la religiosidad parecen haberse extinguido, en la lucha despiadada de las ideologías que aspiran a suplantarlas y que exigen la adhesión total de los individuos, en la proliferación de lo que denomina "artes negativas", veía Murena algunos de los rasgos más notorios de la negatividad y el caos. La radical falacia de las ideologías, su insidiosa voluntad por conformar al hombre a una imagen fija, a un pensar fosilizado, se le revelaba entonces como mera propaganda. A estas fuerzas exteriores opone Murena una actitud ultranihilista- "prolongación del antiguo espíritu socrático"- un pensar que surge desde el interior del hombre, único temple capaz de rescatar a la criatura de la hostilidad de los tiempos.
"El primado de lo cotidiano", de El Nombre Secreto (1969), señala el modo en que las ideologías contemporáneas han concluido por mostrarse como meras anticipaciones de una fuerza mucho más poderosa. Sus "vagos disfraces humanistas" sólo habrían servido para disimular la presencia de un pensar titánico que se manifiesta ahora con toda crudeza en la tecnocracia.
"Todo aquello que se formula- escribe Murena- esto es, que se convierte en espíritu, queda ipso facto muerto. La causa fundamental de ello es la liquidación de lo interior por el totalitarismo de la tecnología que ha desventrado, ha abierto el mundo."
Ante el avance inexorable del pensar titánico, cuyo arquetipo es la ciencia- que al adueñarse del hombre y del mundo los convertiría en pura exterioridad- el pensar no utilitario debió exiliarse en lo inarticulado. El descenso a lo inarticulado constituiría para el espíritu una experiencia extrema en que éste se reconoce a sí mismo como lo circundado por el misterio. A partir de este exilio, a partir de la aceptación del misterio que la recorre, la vida cobra conciencia de sus límites verdaderos y de sus verdaderos dones y adquiere la invencible fuerza de la humildad.
Esta experiencia del espíritu ha sido expresada por un saber milenario, un saber que se ha manifestado parcialmente a través de las grandes religiones- aunque es anterior a ellas- y que "se conoce con el nombre de tradicional".
Los dos nuevos trabajos incluidos en La Cárcel de la Mente (1971), que es una suerte de antología crítica de su obra ensayística, -me refiero a "El arte como mediador entre este mundo y el otro" y "Visiones de Babel"- y los incluidos en La Metáfora y lo Sagrado (1973), señalan un salto cualitativo en la obra de Murena. El ensayo, sin abandonar la rigurosa coherencia y la extrema lucidez que lo caracterizaba, cobra fuerza poética. Lo mejor de Murena como ensayista está en estas páginas que se cuentan sobradamente entre los mayores logros del género en la literatura latinoamericana.
El Secreto Claro (1979), que recoge algunas de las conversaciones que mantuviera con David Vogelmann en Radio Municipal, tiene mucho que ver con esta etapa de Murena. Relatos jasídicos, sufíes, fragmentos de literatura zen y de los místicos cristianos se presentan como el comienzo natural de los diálogos. A la lectura siguen las reflexiones y, a través de ellas, se hace patente la calidad de la atención prestada a los textos. Una atención abierta, la única capaz de recoger los ecos y las resonancias de estos relatos de increíble vitalidad. Vitalidad que Buber, al referirse a los cuentos jasídicos, describió de un modo ejemplar: "...no soy más que un eslabón en la cadena de narradores, un eslabón entre eslabones, repito a mi turno la vieja historia y si ella suena como nueva es porque esa novedad estaba en ella cuando fue dicha por primera vez".
Los comentarios evitan el análisis crítico que suele manifestarse en estos casos como esencialmente aniquilador. Tratan, por el contrario, de no ofrecer resistencia a ese centro de inspiración en que la historia puede llegar a convertirse para quien sabe acercarse a ella sin prevenciones.
Las obra novelística de Murena está integrada por dos ciclos El primero de ellos, Historia de un día, incluye:La Fatalidad de los Cuerpos (1955), Las Leyes de la Noche (1958) y Los Herederos de la Promesa (1965).
El hecho de que algún personaje secundario de una novela sea el protagonista de otra, no parece suficiente como para apoyar sobre esa sola circunstancia la existencia de un ciclo. El vínculo que une a estas historias es de otro orden. Reside en los distintos modos en que estos seres intentan vivir una suerte de enérgica negación de sí mismos, de su situación de criaturas. El relato, a través de peripecias diversas, los va despojando de aquello que tenían por fundamento de sus vidas y concluye enfrentándolos con el reconocimiento de su verdadera condición.
En La Fatalidad de los Cuerpos la enfermedad transforma a Alejandro Sertia en espectador de la ruina de su próspero y mediocre mundo personal. Esta primera obra de Murena revela ya sus notables dotes de novelista.
Sus virtudes se hacen aún más evidentes en Las Leyes de la Noche. La vida de Elsa, la amante de Alejandro Sertia, es la historia de un terror, de un ensimismamiento. A partir de la pasión incestuosa que siente por su hermano- primera forma del miedo- de su negativa a salir de sí misma, Elsa comienza a deslizarse insensiblemente hacia regiones cada vez más sórdidas de la existencia.
Pero es en Los Herederos de la Promesa, la más lograda del ciclo y una de las mejores novelas argentinas, donde Murena pone de manifiesto sus sobresalientes cualidades de narrador.
La historia está escrita en primera persona y sucede en los alrededores de la vieja Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte. Juan, su protagonista, que aparece fugazmente en La Fatalidad de los Cuerpos, es un estudiante de filosofía. Su vida ha sido signada por una experiencia trágica, el homicidio de su padre, un enfermo terminal a quien por piedad ha ayudado a morir. Juan advierte que este acto lo coloca fuera del mundo humano, lo vuelve inalcanzable para el prójimo. De ahí su obstinado rechazo del amor, su desesperada necesidad de sostener el sin sentido de toda existencia.
Los dos acontecimientos que determinan la trayectoria del protagonista son la muerte del padre y el nacimiento del hijo. Entre esos dos puntos extremos se tiende el arco de muerte y resurrección que preside el relato.
Las últimas novelas de Murena- Epitalámica (1969), Polispuercón (1970), Caína Muerte (1971) y Folisofía (1976)- pertenecen a un ciclo narrativo titulado El Sueño de la Razón. La referencia a Goya es obvia: "El sueño de la razón engendra monstruos". Polispuercón exige una salvedad. Su vínculo con las restantes novelas es intelectual no estético.
El lenguaje es el primer desconcierto y, sin duda, el camino. Nada que ver con el lenguaje corriente. No son éstas las previsibles novedades que se usan, las relativas osadías, las relativas transgresiones que un relativo lector estaría dispuesto a aceptar
El idioma de estas extrañas novelas está hecho de muerte, de deshechos. Español de novela picaresca, muerto y enterrado; prosa rimada, lunfardismos, interjecciones, onomatopeyas. Casi una jerga personal, el idioma de alguien que se ha vuelto excéntrico, que se ha ido a los suburbios del idioma, a los cementerios. Este es el inventario de la letra.
Pero, ¿por qué se extravía este idioma? ¿De qué se aparta de un modo tan radical? De la literatura concebida como uso y manejo de la palabra, de la técnica literaria como simulacro de la literatura, como síntoma del sometimiento del arte a la técnica.
Creo que la absoluta miseria de este idioma nace de su absoluta desesperación por la plenitud. Como Dagoberto, el protagonista de Folisofía, este idioma ha soñado con la unidad perdida. "De pronto oí, vi et comperendí. ¡El secret! El secret del homme tucto. (...) yo seré el poeta. ¿El poeta? Poeta et folísofo, el verdader mago de la tribu. Poroque fui a lo hondos. (...) ¡El secret! Multiplecitat: imperfesión. (...) ¡El secret! Unitat. (...) ¡Simpile et, si permetes, genial descubriment!"
El Sueño de la Razón ilumina la desventura del espíritu y la miseria del hombre en un mundo sin quicio. En esa grotesca y desorbitada historia de amor que es Epitalámica, a través de los tediosos laberintos de la familia y del psicoanálisis. En Caína Muerte, a través de los súbitos envejecimientos y rejuvenecimientos, de los bruscos cambios de sexo, de los desacatos de la muerte y del sometimiento del hombre a la voluntad canina. En Folisofía, por último, a través de peripecias tan abrumadoras que decidirán al protagonista a abandonar la servidumbre de la razón y entregarse al puro sueño.
En los tres libros de cuentos que publicara- Primer Testamento (1946), El Centro del Infierno (1956) y El Coronel de Caballería (1971)- abundan los ejemplos de su maestría en el género. Bástenos mencionar "La sierra", "El centro del Infierno", "Inútil todo" y "El dios", entre otros.
En lo que se refiere a la poesía, lo que se advierte desde sus primeros libros- La Vida Nueva (1951) y El Círculo de los Paraísos (1958)- es una búsqueda de formas poéticas rigurosas, alejadas de toda gratuidad. El Escándalo y el Fuego (1959) señala una ruptura con respecto a su poesía anterior. Recorre estos poemas un creciente deseo de expresar lo absoluto, de acercarse a una imagen más veraz del misterio.
A partir de Relámpago de la duración (1962) y de El Demonio de la Armonía (1964) la poesía de Murena alcanza una etapa de plena madurez. Hay una expresión más intensa, más lúcida, de la belleza terrestre- de la belleza de lo trivial, de lo cotidiano- siempre vinculada a la presencia de aquello que la contiene y trasciende.
En F. G. Un bárbaro entre la belleza (1972) se hacen aún más nítidos y más profundos los rasgos y las tensiones que caracterizan a una poesía esencial. El libro está integrado por una serie de poemas de F. G. (Flavio Gómez), una suerte de alter ego del propio Murena. A los poemas siguen los comentarios. Desde un punto de vista estético el vínculo entre poemas y ensayos está lejos de ser aleatorio. Estas páginas no se agotan en el mero comentario de los poemas y la unidad del libro no puede ser suspendida sin alterar los elementos vinculados.
Escribe Murena: "El sujeto de este poema, que en la primera estrofa aparece velado, se revela en la segunda: Catulo, un poeta, todos los poetas, o sea el propio autor". Muy cierto, aunque en rigor la clave biográfica de esta obra apunta esencialmente al mundo interior del poeta. Señala sus crisis, el abandono de ciertas ilusiones- el final de la "exaltada caminata ultranihilista"- la intuición de nuevas tensiones y deslumbramientos. Sin embargo la relación que este libro guarda con los últimos ensayos de Murena es más bien de orden conceptual. Porque en un sentido más hondo, menos intelectual, sólo El Águila que desaparece (1975) pertenece al mismo mundo espiritual que La Metáfora y lo Sagrado. Aquí la poesía de Murena alcanza un grado extremo de concentración e intensidad. La palabra poética parece tocar el límite que la separa del silencio y desde ese punto de máxima tensión lírica configurar el ámbito entero del poema.
"La poesía existe para salvar al mundo", afirma Murena en La Metáfora y lo Sagrado. Y más adelante, "La poesía no juzga, nombra mostrando, es sustantiva, crea, salva". Y lo cierto es que el lenguaje de El Águila que desaparece, sometido a una exigencia extrema de despojamiento, se convierte en vehículo de una voz esencial, reveladora de la belleza profunda de todo lo creado.
La metáfora no tiene en esta poesía, que fluye muy lejos de todo designio discursivo o simplemente descriptivo, otra función que la de transformarse en la sustancia misma del hecho poético. La unidad del poema y también la unidad de la obra no obedece ni depende de ninguna forma exterior sino del propio impulso poético, del sabio dinamismo de las imágenes que son capaces de salvar sin esfuerzo los silencios y los cambios de significación.
El Águila que desaparece es el mejor libro de poemas de Murena y una de las más depuradas expresiones de la lírica argentina.
El inventario ha concluido. No puede ser más somero, más injusto, más inadecuado. Murena fue la gran voz disonante de una generación casi sin disonancias, de un tiempo dominado por las mezquinas disputas de las ideologías y por algunas de las formas más torpes de la intolerancia. El silencio que pesa sobre su obra- su bella obra, intensa y admirable- no admite explicación, es ominoso.
fuente: www.lehman.cuny.edu/ciberletras/v09/reybeckford.html
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