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Edgardo Lois
Prénom : Edgardo
Nom : Lois
Présentation :
La escritura de Edgardo Lois
Los textos de Edgardo Lois pueden reconocerse aunque no tengan su firma. Ya se trate de una novela extensa y literariamente ambiciosa como Morir por Perón, o de apuntes rápidos sobre situaciones concretas, sus notas literario-periodísticas publicadas en el periódico Desde Boedo y reunidas en Miradas escritas al acrílico. El dato no es anecdótico, ya que el reconocimiento se da partir de que Lois ha generado en su literatura un mundo propio.
Ese mundo es, fundamentalmente, un mundo urbano, en el que aparecen personajes de Buenos Aires que no son precisamente los que recoge cierto folklore ciudadano de exportación. Por lo general se trata de personajes que sufren cierto tipo de marginalidad, de exclusión social, desde quien vive a la intemperie en una esquina (Vampiros en la mitología de la tristeza o Del exilio dentro de la misma casa (tango novelado)) a quien pierde de a poco su biblioteca a la que va vendiendo a precios módicos para sobrevivir día a día.
Pero esa mirada sobre lo social es, sin embargo, intimista: se posa sobre el detalle, sobre lo pequeño, sobre el gesto ínfimo a través del cual puede intuirse la gran tragedia, el derrumbe interior. Bares, esquinas, interiores sombríos, librerías, son los espacios fundamentales de sus relatos. Sus historias se desencadenan indistintamente a partir de un personaje o de un acontecimiento a veces mínimo en cuanto anécdota, pero que logra significación a través de la escritura.
La actitud del narrador frente a los personajes –cuya sordidez, por momentos, recuerda a los de El astillero de Onetti– es de una piedad áspera, de una ternura siempre contenida.
En Morir por Perón Lois apuesta a una jugada mezcla discursiva. Lejos de “novelar” el contexto histórico en que se desarrolla la novela, elige incluir directamente el relato histórico, sin ningún tipo de “maquillaje” novelístico, con lo que crea en la novela un interesante juego entre “la realidad” (con todo lo conflictivo y difícil de definir que conlleva el concepto) y “la ficción”. Es decir que la historia, contada “en crudo”, actúa a modo de “afuera”, de marco de referencia de la historia ficcional y, a la vez, al incluirse en ella, se “ficcionaliza”.
Por último, creo que puede atribuírsele a Lois, una nueva fundación de Buenos Aires. Ha refundado una ciudad que es reconocible más que por presencia, por omisión. Según Borges, en el Corán, libro árabe por excelencia, no hay camellos precisamente porque fue escrito por un árabe. En la Buenos Aires de Lois no hay obelisco, ni “porteños” prefabricados, ni ninguno de los elementos que se toman como emblemáticos de la ciudad. Es la ausencia de ese “color local” “fabricado” con intenciones literarias que tanto repugnaba a Borges, lo que hace que la Buenos Aires de Lois sea reconocible como Buenos Aires.
Mónica López Ocón (periodista y escritora, ex editora de cultura de la revista Noticias, colaboradora de la revista Ñ y responsable del suplemento cultural del diario Tiempo Argentino).
Libros publicados
Morir por Perón, novela, Buenos Aires, Díada, 2007.
Miradas escritas al acrílico, notas periodísticas, Buenos Aires, Literaria ediciones, 2006.
La Caramba en 24 hojas. Anotaciones en la Villa de Merlo, relatos, Buenos Aires, El Mono Armado, 2005.
Un intento de desalojo en los años 40, relato, Buenos Aires, Ediciones BP, 2004.
Café “Margot”, AA. VV, poemas y relatos, Buenos Aires, Papeles de Boedo, 2002.
Vampiros en la mitología de la tristeza o del exilio dentro de la misma casa (Tango novelado), novela, Buenos Aires, Papeles de Boedo, 2002.
México, un refugio en Buenos Aires, textos cortos, Buenos Aires, Libronauta, 2001.
Vuelo interno (sobre un espejo y la muerte), novela, Buenos Aires, Libronauta, 2001.
Anecdótica historia de la muerte, novela, Buenos Aires, Libronauta, 2001.
Bitácora de lluvia, Buenos Aires, novela, Mac Lector,1998.
microrrelato
En sepia
Por Edgardo Lois
Balcón.
La luz del día se filtraba entre las ranuras superiores de la persiana. Era un día frío y la luz amanecida hablaba de un sol tímido, de esos que piden permiso para estar un rato sobre esta ciudad.
La mirada recorrió la biblioteca chica del frente, sobre ella había polvo, no lo veía, pero sabía que ahí estaba, hacía semanas que no limpiaba. Sobre la biblioteca chica del frente no veía las fotografías que siempre habían ocupado el espacio; no las veía y no era por culpa del sol que apenas pedía permiso, no las veía porque él mismo las había sacado. Imágenes de un tiempo verde y de otro sol.
Se levantó entre los pliegues del frío y respiró, o le pareció que así lo hacía, en un nuevo día; se puso la bata, lo recuerda.
Comenzó con el izado de cada mañana, no era patio de escuela, no había mástil, sólo la persiana sobre la ventana que espía la avenida. Alta en el cielo, le gustaba pensar en el Alta en el cielo cuando subía la persiana, y eso que nunca le había importado la bandera; de pibe la respetó, después, cuando entendió qué era la patria, la descartó. Pero le quedó aquello de Alta en el cielo cuando la persiana.
La persiana fue subiendo y subió a su cielo de quinto piso; fue cuando él miró las plantas que de a poco se morían en el balcón; junto a la maceta más grande había un hombre sentado, ojos azules, grandes y abiertos; el hombre que estaba sentado en el balcón estaba muerto.
No era un ángel amanecido. No parecía.
Aparicio Bustamante, el hombre muerto en un balcón, fue “la noticia” de la página de policiales del diario Crónica del sábado 10 de julio de 2004. En Buenos Aires, al parecer, también se puede morir en balcones ajenos, sólo es cuestión de subir o de bajar. Así pensó Ismael Núñez mientras viajaba entre el trabajo, en el centro, y su casa en la provincia. Desde el colectivo miraba, a través de las ventanillas mugrientas del bondi, los balcones de los edificios.
Cordón.
El hombre camina buscando la salida por una de las callecitas adoquinadas del cementerio de la Chacarita.
Al menos en apariencia la muerte había quedado atrás, pero la parca siempre está al llegar, algo así como viajar oteando el horizonte desde el barquito de papel. Un horizonte de muerte vislumbrada como posible pensamiento de un hombre cualquiera que camina hacia la salida de un cementerio.
Camina entre cruces y flores. Nunca se acercó a la cruz, tampoco a la flor.
Avanza desde los escalones, en la entrada del crematorio; camina desde el adiós a una amiga.
A la distancia ve la salida. Justo cuando nota que lleva el cordón de uno de sus zapatos desatado.
Se sienta en uno de los bancos ubicados a los lados de la calle.
Juan Cáceres, acompañado de su más puro y sentido ateísmo, caminaba por el cementerio de la Chacarita. Nadie sabe qué hubiera pensado si, por ejemplo, hubiese mirado hacia atrás, sobre su hombro izquierdo. La prueba innegable de la existencia de otra realidad esperaba silenciosa detrás del banco de cemento. La imagen de la Virgen Desatanudos cumplía con su histórico mandamiento.
Edgardo Lois nació en Buenos Aires en 1962.
Estos textos son parte de su próximo libro, En sepia. Publicó,
entre otros títulos, La Caramba en 24 hojas (2005) y Miradas escritas al acrílico (2006).
fuente: www.diarioperfil.com.ar/edimp/0183/articulo.php
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