Sobre Daniel Moyano (1930-1992)
Por Silvina Friera
La vida y la obra del escritor, periodista y músico Daniel Moyano representan una de las paradojas más difíciles de desentrañar a 10 años de su muerte en Madrid: la condición del desarraigo-identidad como un componente constitutivo de su literatura y el olvido o, lo que es peor, la sistemática indiferencia que sufre su producción literaria en el país. El autor de Libro de navíos y borrascas, que nació el 6 de octubre de 1930, exactamente un mes después del golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen, comentaba que el primer exilio interior lo vivió a los cuatro años cuando su familia se mudó a las sierras cordobesas (Alta Gracia). De aquellos años, recordaba travesuras infantiles, compartidas nada menos que con Ernesto Guevara, como robar frutas del huerto de un señor español, conocido con el nombre de Manuel de Falla. El segundo, en 1959, lo arrojó hacia La Rioja, donde comenzó su carrera periodística y se desem-peñó como profesor en el Conservatorio Provincial de Música y como violinista en el Cuarteto de Cuerdas y Orquesta de Cámara de esa institución. Pero, sin duda, de todos estos “viajes”, el más perturbador fue el que lo expulsó definitivamente de Argentina a España en 1976.
El secuestro (estuvo una semana desaparecido y tuvo que enterrar en una huerta la primera versión de El vuelo del tigre, que luego reescribiría y publicaría en Madrid en 1981), las tortu-ras y el simulacro de fusilamiento que padeció marcaron toda su producción literaria posterior. Su madre, nacida en Brasil, era hija de italianos. Su padre, producto de un hibridaje de sangre india y españoles extremeños, nació en Argentina. “Soy un argentino típico porque un argenti-no es esas mezclas”, afirmaba Moyano. Y para prolongar la demostración de esa autenticidad en su narrativa confesaba: “No puedo hablar ni escribir sobre Abelardo y Eloísa mientras está ardiendo mi casa. Tengo que apagar el incendio antes. No he conocido la estabilidad, yo nací en un incendio permanente”. El desarraigo y la marginación, las zonas deterioradas y misera-bles, tal vez originadas por ese incendio constante, son dos de los ejes fundamentales de Una luz muy lejana. El título alude al viaje iniciático de Ismael y su descubrimiento del rutilante mundo social de la ciudad a la que intenta integrarse. Claro que, frente al extrañamiento del lugar de no pertenencia, Ismael termina por resignarse a observar esa ciudad desde los bordes.
Discípulo de Kafka, Pavese y Rulfo, Moyano aprendió del primero que el tema de una narración profunda es de raíz metafísica y que la única manera de trascender lo anecdótico es dotándolo de una significación alegórica. Como señala Augusto Roa Bastos en el prólogo a El trino del diablo, Moyano procede por “excavación y no por acumulación, por la creación de atmósferas, de cierto clima espiritual y mental, más que por el abigarrado tratamiento de la anécdota”. Respecto de los climas opresivos que emanan de sus ficciones, donde el individuo está despo-
jado del poder de decidir su propio destino, el autor los consideraba producto de su época. “No me he evadido de la realidad sino que he tocado fondo en ella”, decía.
Su escritura, que se distanció simultáneamente y con notable prudencia de los temas del rela-to clásico regionalista y de las complejidades de la vanguardia, se caracterizó por una conden-sación y sobriedad propias de su condición de músico y violinista. “Procuro que mis palabras se sostengan en verdades auditivas o sonoras iguales a las que soporta la música”, precisaba. Moyano, a diferencia de tantos escritores de los años ‘60, no fue hijo de Julio Cortázar (de quien en el exilio sí fue amigo). “Una vez Onetti me decía que Julio había dejado un montón de cortazaritos en Buenos Aires. Pero yo creo que los escritores del interior –entre los que incluyo a mis amigos Haroldo Conti y a Antonio Di Benedetto– seguimos siendo fieles a nuestro estilo, que tiene que ver más con Rulfo, que con Cortázar y Borges”, reflexionó el narrador. En Argen-tina escribió siete libros de cuentos y tres novelas: Artistas de variedades (1960), El rescate (1963), La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967), El monstruo y otros cuentos (1967), Mi música es para esta gente (1970), El estuche del cocodrillo (1974) y las novelas Una luz muy lejana (1966), El oscuro (1968) y El trino del diablo (1974). El oscuro ganó el premio del concur-so internacional de novela Primera Plana-Sudamericana, con un jurado integrado por García Márquez, Roa Bastos y Marechal.
Moyano erigió un mundo posible porque siempre tenía algo que contar, algo que auscultar y develar. En El Trino del diablo, el violinista Triclinio narra su “pasaje” (nuevamente el exilio interior) de La Rioja a una villa miseria de los suburbios de Buenos Aires. En Madrid solía des-pertarse con melodías que tenían un poder evocador tremendo. Contaba que se levantaba con la melodía del tango “Ladrillo” y surgía la visión estremecedora de Jorge Rafael Videla. En Ma-drid, Moyano trabajó como obrero en una fábrica de maquetas para subsistir, mientras inten-taba retomar la escritura. En 1981, la Editorial Legasa publicó su novela El vuelo del Tigre y dos años después Libro de navíos y borrascas. Más tarde, en 1985, ganó el prestigioso premio Juan Rulfo con uno de sus relatos, El halcón verde y la flauta maravillosa.
“Cuando fui jurado en el premio Casa de las Américas recuerdo que leí tantas descripciones de torturas tal como eran que, a pesar de saber que eran ciertas, terminé por no creerlas. Por eso en El vuelo... recurrí al símbolo de los verbos para contar las torturas más aberrantes: imaginé la situación en que a un hombre lo obligan a conjugar verbos que no conoce. No me considero un escritor realista; no describo las cosas tal como suceden. No me gusta fotocopiar la reali-dad”, explicó a Página/12 en 1989, después de editar su última novela, Tres golpes... El Libro de navíos..., estudiada en Francia como testimonio sobrecogedor sobre el exilio, representa la historia del naufragio de 700 argentinos políticamente incorrectos, embarcados en el puerto de Buenos Aires, rumbo a Europa.
Los últimos textos de Moyano poseen un núcleo: los efectos de la transterritorialidad sobre la estética y los usos lingüísticos. Durante los primeros años del exilio, Moyano señalaba que cada vez que debía nombrar una palabra, no sabía cómo hacerlo. Muchos de sus amigos sos-tenían que Moyano era de esos tipos que, casi sin buscarlo, se enredaban en sucesos extraor-dinarios, como por ejemplo, que tuviese que raptar a su novia Irma Capelleti con la ayuda de un taxista miope o el asado argentino que le pidió Gabriel García Márquez y que terminó, según cuenta la leyenda, en un incendio. Y, tal vez la más inverosímil, un burro noctámbulo
que entró a su casa en La Rioja y se comió siete de los mejores cuentos que escribió Moyano (que nunca pudo reconstruir). La muerte lo sorprendió mientras estaba escribiendo una nove-la, El sudaca en la corte, y un libro de memorias musicales. Aunque sus obras se tradujeron al inglés y al francés, Moyano se sentía un sudaca en el ámbito literario español. Sabía muy bien que de ciertos viajes no hay regreso. El mismo recordaba que Ovidio había demostrado litera-riamente que el exilio es irreversible. De la óptica del vencido se nutren sus mejores páginas, que revelan el itinerario creativo de una memoria que resiste al tiempo y al olvido.
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